En vísperas de que la institutriz Merkel se acercara a
revisar cómo llevamos los deberes, el Gobierno Zapatero decidía asestar
el golpe de gracia a las cajas de ahorro. Arguyen que son una antigualla
que lastra la credibilidad del sistema financiero español en el
exterior, donde los tenebrosos 'mercados' no se fían de su solvencia.
Puede que lo último sea cierto, pero no justifica que se privaticen a
toda prisa unas instituciones centenarias que han jugado una importante
función social redistributiva. Su necesidad de capitalización no obliga
forzosamente a transformarlas en bancos. La verdadera razón es que el
poder financiero no podía consentir que unas instituciones sin ánimo de
lucro coparan el 50% del mercado español. Y han visto en la crisis la
ocasión pintiparada para quitarse de en medio tan molesto competidor.
En la última reforma de la Ley de Cajas, la entrada de
capital privado se contempló como una medida opcional para facilitar esa
capitalización. Hasta que de pronto se dictan unas condiciones que
obligan a la 'bancarización'. Una brusca vuelta de tuerca que ha cogido
especialmente desprevenidas a las pocas cajas, como la nueva de Castilla
y León, que mantenían intacto su estatus jurídico tradicional. Ello con
el monumental palmo de narices de los políticos que impusieron su
fusión con el pretexto de fortalecer el 'músculo financiero' de la
comunidad.
La verdad es que, una vez infectadas hasta la médula por
el virus inmobiliario, el saneamiento de las cajas de Castilla y León
era absolutamente incompatible con ese quimérico objetivo político. Si
se apostaba por alianzas interregionales selladas mediante un SIP, como
han hecho las cajas de Burgos, Ávila y Segovia, se esfumaba la soberanía
de ellas. Hoy Caja Ávila y Caja Segovia representa una cuota ínfima en
el Banco Financiero y de Ahorros que preside Rodrigo Rato. Y Caja Burgos
y Caja Círculo son minoritarias en sus respectivos grupos, abocados
además a segundos procesos de fusión.
Si se optaba por fusionar cajas de la misma comunidad, el
solapamiento de oficinas conllevaba un alto coste social y financiero. Y
en el caso de Caja España y Caja Duero, era evidente que la suma de dos
cajas con problemas solo podía dar lugar a una caja el doble de grande
con el doble de problemas, agravados además por el crédito (525
millones) solicitado para poder financiar el coste intrínseco de la
fusión. Llegados a este punto, si algo está claro es que España-Duero no
podrá sobrevivir en solitario y menos aún sin perder la virginidad como
caja. Y a la Junta y a sus compañeros de fatigas en esta desventurada
travesía, los socialistas de Castilla y León, solo les queda decidir a
quién prefieren entregar la nueva caja. Las opciones no son muchas. Lo
más natural, política, social y territorialmente, sería echarse en
brazos de Caja Madrid, donde además España y Duero se reencontrarían con
Segovia y Ávila (ni pensar quiero lo que se iban a reír los dirigentes
del PP en estas dos últimas provincias).
Otra posibilidad sería vender el alma a La Caixa. Puede
parecer 'contra natura', pero si la política hace extraños compañeros de
cama, no digamos si se trata de finanzas y hay afinidades confesionales
por medio. Y la tercera opción sería dejar el futuro al albur de la
'nacionalización' parcial, que en la práctica no sería más que un paso
previo a su venta a algún banco, una vez capitalizada con dinero
público.
A la postre, el resultado vendrá a ser el mismo. La
'gran' Caja de Castilla y León se diluirá dentro de un grupo bancario,
que no tendrá mas compromiso territorial que el de mantener una diezmada
obra social reducida, en el mejor de los casos, a la mitad de lo que ha
sido. En eso va a quedar el cacareado 'músculo financiero'.
PEDRO VICENTE