Érase una vez una comunidad autónoma en la que coexistían dos grandes
cajas de ahorros, ambas procedentes de fusiones de entidades
provinciales, que se miraban de reojo mientras pugnaban por la hegemonía
regional. Hasta que, de repente, estalló la crisis. El Gobierno
autonómico, temeroso de perder la influencia sobre su sector financiero,
ejerció de celestino y obligó a ambas entidades a pronunciarse el sí
quiero pese a que sus redes se solapaban casi al cien por cien. No fue
un proceso fácil. Tuvo que superar unas negociaciones eternas que
encallaban continuamente en discusiones inacabables sobre la ubicación
de la sede, el reparto del poder, la designación de una marca comercial,
la integración de los sistemas informáticos o el doloroso ajuste
laboral.
Éste podría haber sido un capítulo de la historia
de Andalucía, pero ocurrió realmente en Castilla y León, y las
protagonistas no son otras que Caja España y Caja Duero, que el pasado
mes de octubre cerraron una fusión tradicional -nada de SIP- casi a su
pesar.
El grupo fue bautizado como Espiga por el Banco
de España ante la discusión aún no cerrada sobre su denominación
comercial. Aislado de los movimientos del sector, -que han engendrado
nuevos actores como Bankia o Banca Cívica- Espiga intentó sobrevivir en
solitario pese a las evidentes dificultades que suponen la concentración
de riesgos en una misma comunidad y el altísimo solapamiento de la red
comercial. El sueño de la independencia duró hasta que el Banco de
España publicó el informe sobre las necesidades de capital de la banca
española.
El regulador reveló que Espiga se encontraba
en su particular Hora 25, y precisaba captar cuanto antes 463 millones
de euros para superar el listón del10% de core capital que se le exigirá
a partir de septiembre a las cajas que no se reconviertan en bancos y
den entrada al capital privado. Las puertas se fueron cerrando, la
última la de Banco Mare Nostrum, el SIP liderado por Caja Murcia en el
que participa Cajagranada.
La salvación tiene finalmente
acento andaluz. Tras un par de intentos serios -CCM y Cajasur- y un
escarceo -Cajasol-, Unicaja ha entrado fuerte en la reordenación del
sistema financiero español. Si el preacuerdo firmado con Espiga es
aceptado por los órganos de gobierno de ambas cajas, la entidad
presidida por Braulio Medel llevará la voz cantante en la fusión pese a
que aparentemente es el pez chico de la operación. Será la cuarta caja
española con un activo de casi 80.000 millones de euros, sólo superada
por Bankia (334.508 millones), CaixaBank (271.338) y Banco Base
(125.562).
La operación se articulará a través de un
banco. Unicaja controlará el 63% del capital mientras que Caja
España-Caja Duero se conformará con un 37%. La aportación de Unicaja es
inferior a la de Espiga tanto en activos como en créditos y en depósitos
a la clientela. La clave está en la letra pequeña. Con un 13,1%,
Unicaja disfruta del core capital más elevado del sistema financiero
español tras Banca March, sin haber recibido ayudas públicas. Espiga,
que obtuvo 525 millones del FROB, debe conformarse con un 8,2%. La
exposición al ladrillo también muestra un desequilibrio a favor de
Unicaja. El 27% del crédito concedido por Espiga -unos 8.067 millones de
euros- está concentrado en la promoción inmobiliaria, y de él 4.300
millones son problemáticos -fallidos, en mora o en ciernes-. La
morosidad del crédito promotor asciende al 20,8%, y la mora total se
sitúa en el 9,3%. La exposición inmobiliaria de Unicaja se reduce al 13%
-2.948 millones-, de los que 1.604 son problemáticos. La morosidad del
crédito promotor está cifrada en el 12,3%, y la morosidad total asciende
al 3,7%. Las agencias de calificación reconocen la solvencia de
Unicaja. Moody's otorga a la entidad andaluza una nota de Aa3 a largo
plazo, mientras que sitúa a Espiga por debajo, con Baa1.
A
cambio de resolver los problemas de solvencia de Espiga, Unicaja gana
músculo y dimensión sin apenas solapamiento. La mayor presencia de
Espiga se da en Castilla y León, donde Unicaja no cuenta con
representación. En cambio, en Andalucía, donde la entidad andaluza
concentra cerca del 90% de su red, apenas había 30 oficinas de Espiga
antes de la fusión de las cajas castellanas. En el resto de comunidades
la presencia de ambas entidades es casi testimonial.
Todavía
queda camino por andar. Espiga entra en una nueva fusión sin haber
digerido la suya propia, una circunstancia patente en el reparto de
sedes: la social estará en Málaga; las operativas en Málaga, Madrid y
Salamanca, sede histórica de Caja Duero; y la dirección de la
corporación empresarial en León, centro neurálgico de Caja España. Y la
llegada de Unicaja no ha rebajado la tensión: el director general de
Espiga, Lucas Hernández, dimitió el pasado lunes de forma sorpresiva en
el mismo consejo de administración en el que se informó del preacuerdo
con Unicaja.
Alejandro Martín
Malaga Hoy