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Desmontando a Rafael Hernando: la demonización de la clase obrera
CAJA3. LA CLASE OBRERA.
A finales del año 2011 aparece en Gran Bretaña un libro titulado en castellano "Chav", la demonización de la clase obrera (chav significa escoria) escrito por el periodista Owen Jones.
En este trabajo se describen y explican los mecanismos a través de los cuales se ha ido naturalizando, y por lo tanto aceptando, el desprecio hacia los estratos más bajos de la sociedad británica. Su tesis principal señala que el gobierno, con la alianza de algunos medios de comunicación, han ido caricaturizando a la clase obrera británica como irresponsable, vaga, grosera y amoral en un proceso que ha corrido parejo a su progresiva marginación política y económica. Según Jones, no es un fenómeno reciente sino que se inicia con los gobiernos de Margaret Thacher y por lo tanto sitúa sus orígenes en un contexto determinado: el de la pérdida de poder de los sindicatos, la destrucción de puestos de trabajo tradicionales y la progresiva desregulación de los mercados. Traigo a colación este libro al hilo de las declaraciones del portavoz adjunto del Partido Popular en el Congreso, Rafael Hernando, quien atribuía la responsabilidad de la desnutrición que padecen en nuestro país algunos niños y niñas a sus padres. Más allá de las primeras reacciones de estupor e indignación quizá sea necesario un análisis más profundo de las palabras de Hernando que permita identificar la motivación de las mismas. Para la sociología la comprensión de muchos fenómenos sociales pasa por encontrar el sentido que los sujetos dan a sus acciones y, en este sentido, el análisis de Jones y su tesis de la demonización de la clase obrera se me antojan como una buena herramienta analítica que permite enmarcar las declaraciones del portavoz del PP al ponerlas en relación con otras de similar naturaleza realizadas por miembros de su partido. Efectivamente. En los últimos meses hemos leído o escuchado que el destino final de algunas becas era la cirugía plástica o que las personas desempleadas no realizaban un esfuerzo suficiente para formarse o encontrar trabajo. No es necesaria una búsqueda exhaustiva en las hemerotecas para encontrar más casos; de hecho, el anuncio de la creación de un buzón de denuncias de fraudes laborales (cobro indebido de prestaciones, por ejemplo) puesto en marcha por el Ministerio de Empleo parece ir en esta línea de criminalización y demonización al sugerir que las personas receptoras de ayudas, subsidios o prestaciones cometen fraude de manera masiva y reiterada. La paulatina desaparición del Estado de los distintos espacios y ámbitos de la vida social - cuyo exponente más claro, aunque no el único, es el desmantelamiento del Estado de Bienestar - requiere de una justificación y, por lo tanto, de la elaboración de un discurso legitimador que se construye a través de la traslación de la atribución de responsabilidades; en este caso, del Estado a los individuos. No es algo que hayan inventado los británicos, ni mucho menos los asesores del actual partido en el gobierno, ha sido una práctica llevada a cabo por muchas élites, grupos dominantes y, en general, por quienes han detentado el poder con el objetivo de mantener el statu quo, el orden social, su orden social, las desigualdades. Por citar un ejemplo, muchos grupos étnicos y raciales han sido los destinatarios claros de discursos similares que apuntaban a su inferioridad intelectual y moral y que eran utilizados para negarles el reconocimiento de derechos. Las mujeres saben de esto también pues durante siglos se ha enfatizado de manera denostativa su emocionabilidad al mismo tiempo que se negaba su capacidad racional y por ende su derecho a la vida social y pública. El sexo débil se consideraba débil por su vinculación con la naturaleza, que la convertía en esclava de la biología, los instintos y las emociones frente a la masculina racionalidad. Las palabras de Hernando son, en consecuencia, un elemento más en esa estrategia discursiva basada en la deslegitimación del otro como medio de construcción de la legitimidad propia. Probablemente resulten obscenas, pero lo son porque forman parte de un discurso articulado con una consecuencia perversa: la banalización de la pobreza, porque es banalizarla hacer desaparecer la realidad de las personas en situación de precariedad del primer plano de la actualidad y de las agendas políticas con un la culpa es tuya o un ha sido ese. Al atribuir la responsabilidad de la desnutrición de niños y niñas a su padres se elude el compromiso con los problemas reales de la sociedad.