Denunció insultos, desprecios, palizas, agresiones sexuales a ella y hacia sus propias hijas. Describió el horror que se esconde tras las paredes de aquellas mujeres que sufrían lo mismo que ella había sufrido. Contó que tras separarse la justicia decidió que la casa debería compartirla con el maltratador, imponiéndose así las leyes que dejaban completamente abandonadas a las víctimas. Ana se convirtió en el rostro de la violencia machista.
Dos semanas después, fue asesinada de una manera terrible, después de recibir una paliza, fue arrastrada y atada a una silla donde fue quemada viva. Era la crónica de una muerte anunciada. Su asesinato conmovió a este país, la indiferencia ante el maltrato empezó a cambiar, la reacción no se hizo esperar, las mujeres salimos a la calle, nos movilizamos obligando a los poderes públicos a tomar medidas.
Todas eramos Ana
El gobierno de José María Aznar reformo el código penal estableciendo las órdenes de alejamiento, se reconoció la violencia psicológica, eliminando la necesidad de denuncias previas. Posteriormente en el año 2004 José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la ley integral contra la violencia de género. Se abrieron juzgados especializados. Se empezó a transformar una situación que hasta entonces solo se consideraba de ámbito doméstico en una realidad hasta ahora ignorada.
Los medios de comunicación que no mencionaban estos asesinatos a pesar que las cifras eran alarmantes comenzaron a informar y a reconocerlo como víctimas de violencia machista incluso elaborando un decálogo especifico. El asesinato de Ana marco un antes y un después en la percepción social de la violencia a las mujeres.
El cambio de enfoque y las continuas movilizaciones de las mujeres, ha hecho posible reconsiderar distintos mecanismos para la lucha de esta lacra llamada patriarcado. Estamos obligadas a dar visibilidad a aquellas mujeres que contribuyeron de una manera o de otra a remover la conciencia social y política. Ana, veinte años después sigue siendo un icono contra la violencia machista.
Todas seguimos siendo Ana